miércoles, 3 de abril de 2013

El techo



En el inglés bárbaro se denomina como flathunting a la acción de buscar piso. Lo que puede parecer una exageración del lenguaje, una licencia poética de un idioma que no hace más que retorcerse y reconjugarse con el fin de parecer selecto, termina siendo en este caso un agudo eufemismo para esconder la feroz batalla campal que resulta buscar piso en Londres.

En una ciudad en la que el porcentaje de extranjeros duplica a la de nativos, la frontera entre la legalidad y el 'libre mercado' - o el libre albedrío - se encuentran en perfecta armonía. La legalidad no existe. O podríase decir que existe del mismo modo que existen los hombres en un típico hogar. 

De mi primera habitación en la capital aprendí que los indios no son de fiar. De mi segunda, que los coreanos tampoco. Y aunque la tercera aún no está confirmada  todo apunta a que los ingleses tampoco van a ser mucho mejor. 

Nada más aterrizar, Dídac nos acogió en su minúsculo piso de Dalston, al este de Londres. Un par de días parece ser la media de tiempo de cualquier inglés para encontrar habitación en la capital, aunque en nuestro caso fue el tiempo que tardamos en ser estafadas por un aparentemente simpático matrimonio indio. Tras visitar inmundos zulos, rastrear barrios de los que desconocíamos su grado de seguridad y acudir a un equivalente de fiesta de solterones desesperados pero en pisos - eventos de una noche en los que se junta gente que ofrece y busca habitación con post-its pegados al pecho publicitando sus encantos - Mrs J. apareció en nuestra ayuda. Nos encontrábamos refugiándonos de la lluvia en un porche de una calle de Kensington cuando el móbil sonó por enésima vez en aquel día. Esta vez la visita era en una de las mansiones (un término que pierde todo su carácter romantico cuando vives en Londres) del céntrico y práctico barrio de Bloomsbury. Fue allí dónde nos presentaron la arquitectura interior de los pisos compartidos: habitaciones + cocina + baño. Y es que lo que se conoce como living room es algo reservado para los ricos que pueden permitirse ese extra de espacio vital. A pesar del precio, ya bastante elevado, del anuncio, cualquiera de las habitaciones disponibles excedía nuestro utópico presupuesto de 600 libras mensuales por una habitación. La india, sin embargo, disponía de otro piso un poco más allá. Un poco más allá resultaron ser 4 o 5 paradas de bus; esta vez nada de mansiones sino una simple vivienda de lo que en España se conocería como protección oficial, sin por supuesto nada de living room. La broma nos salió por £850 al mes, el alquiler más barato y más corto hasta la fecha. En el piso patera vivíamos oficialmente siete supervivientes: un par de chiquillas italianas que se pasaban el día bebiendo café, durmiendo y cocinando pastel de patata; una pareja inglesa que nos daba las noches con su sexo duro y sus peleas alcohólicas y la alemana de la habitación de al lado cuyo contrato debía incluir una cláusula que le permitía convertir el piso en un hostal para media Alemania de viernes a lunes. Nuestro alquiler era el más bajo. 

A pesar de la privilegiada situación del piso - 15/20 minutos del mismísimo centro de Covent Garden -, cuando al cabo de un mes logramos encontrar un trabajo de jornada completa que sufragase la carísima vida londinense nuestro céntrico barrio se convirtió en un enjambre de calles lúgubres, solitarias y pobremente iluminadas, poco recomendable para el trabajador que llega a casa a las 11/12 de la noche cada día. Al cabo de un mes de carreras matinales para coger la ducha, guardias delante del baño, turnos para la cocina e infinitos desayunos y cenas en la cama de la habitación, decidimos salir de ese piso por patas. Por motivos diversos, dicha salida fue larga y tediosa. Al cabo de 25 días, nuestra amable landlady nos transfirió la fianza de vuelta, un mes más tarde de lo que nos había prometido y 3 días antes del plazo máximo que estipulaba el contrato. 

Como al fin y al cabo no nos habíamos ahogado pagando ₤850 por una habitacion de mierda y dado que yo había ya desarrollado un agudo miedo a la noche londinense, la siguiente habitación la encontramos en un barrio adinerado al oeste de la ciudad. Esta vez tiramos la casa por la ventana y subimos a 910. Siguiendo el patrón de no living room tuvimos la suerte de alquilar el propio living room! La primera noche en la parte alta supo a gloria, en parte debido al cansancio de un traslado de cuatro viajes de metrobus unido a la celebración de fin de año. 


A los dos días, sin embargo, surgieron algunos peros, de los cuales el que en un primer momento hizo que cundiese un pánico absoluto fue la ausencia de un cerrojo en la puerta. No es que el piso no tenga cerrojo, pues para entrar necesitas una llave, pero gires hacia donde gires la puerta sólo se abre. La segunda vuelta de seguridad no existe. Reticentes a los consejos de calma de nuestros compañeros de piso, nos obstinamos en guardar todos los objetos con la manzanita en lugares super secretos y nada previsibles hasta que dos semanas más tarde entendimos que en Maida Vale no existen cerrojos porque simplemente no existe el concepto de peligro. 

Aún así, la mansión es tan vieja como el propio término y su encanto termina cuando dejas de ver la fachada. La realidad no es mucho más distinta que aquella de un piso viejo del Eixample: ventanas que no cierran bien, corrientes de aire, baño mugriento, capas de pintura del siglo pasado y un sinfín de incordios vintage. A pesar de todo, sobrevivimos a las nieves de enero con un calentador y un extractor roto y unos compañeros de piso que tenían la tendencia de abrir todas las ventanas después de cada 
ducha y comida.

Ah, los compañeros de piso! A ellos les vamos a agradecer subir nuestro budget a algo que da vergüenza incluso escribir. De ellos hemos aprendido que vivir con extraños solo tiene desventajas, y si son hombres más. 

Cinco meses después del primer colchón hinchable en casa de Dídac volvemos a recorrer las calles de Londres en busca de nuestro próximo nidito. Esta vez, sin embargo, hemos decidido dejarnos estafar por una agencia de ingleses y lidiar con nuestra única compañía. Y, puede -puede! - que en unos meses la familia crezca.

1 comentario:

  1. Muy bién narrado y muy ilustrativo, pero creo que ya tienes material suficiente para el segundo cápitulo. Al finy al cabo estás en Londres y alli se puso de moda hace siglos publicar las novelas por fascículos....

    Eugenio

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