viernes, 31 de mayo de 2013

Conversaciones con una dependienta. Primera parte.


"Ochenta y seis! El ochenta y seis! ¿Alguién el ochenta y seis? ¿Nadie? Biip. "Ochenta y siete!" "Aquí, aquí!" "Hola, en qué puedo ayudarla?" "¿Puede medirle el pie a mi hija?" "Sí claro, ven preciosa, siéntate aquí y quítate los zapatos, te ayudo?" "Gracias" "Aquí, encima de la tabla, deja el pie bien recto y no lo muevas. A ver...'' "Eh, Eh, tengo el ochenta y seis, se lo ha saltado, yo iba primero!" - me chilla una mujer con cara enfurecida. "He gritado el ochenta y seis un par de veces y nadie ha contestado" "Eso es mentira!" Otra histérica para la colección, pienso. "La atenderé cuando acabe con esta clienta"- digo mecánicamente con voz neutra, tengo que practicar la sonrisa condescendiente, apunto mentalmente. "Esto es estúpido, no ha dicho mi número, es impresionante" recula murmurando más para los otros que para si misma hacia el sofá en el que estaba inicialmente sumergida en su iPhone. En el mejor de los casos alguna de mis compañeras se encargará de la loca; en el peor cogerá todo su orgullo, hará una señal de perro a la pequeña que no entiende nada y se irá para volver veinte minutos más tarde, lo justo para cruzar un par de calles y recordar que para variar no tiene nada mejor que hacer.

Esta costumbre la comparten muchas de las hienas que habitan en el barrio donde trabajo y que  transitan cada día por mi departamento de zapatería infantil. Llegan, chillan un poco, se van - y vuelven. Entre el grupo de los malvados hay aquellos que te tienen seis viajes al almacén (un típico sótano viejo al final de unos veinte escalones) trajinando cajas arriba y abajo para luego soltar impasivos la sentencia final: "No tenéis nada, ponte los zapatos cariño que nos vamos a otra tienda" - dejándote con siete cajas de zapatos y una sonrisa torcida de estúpida en la cara.

En otros casos la sentencia es ligeramente más patética. Tras el tercer viaje, seis cajas, cuatro modelos y diez sentadillas, la madre arruga un poco el botox de la nariz, mira el precio en la tablilla informativa del zapato y dice: "Ui, son todos demasiado caros. ¿No tiene algo más barato? Al fin y al cabo en tres meses no le van a servir". Entonces respiro hondo, aprieto bien fuerte los cincuenta mil músculos del estómago y le muestro una variante de las Victoria de loneta barata (barata en tiempos de la peseta) de toda la vida. Las compra y se va tan contenta. Yo le dedico un insulto por cada caja que tengo que volver a su sitio. No es que me importe que compren zapatos caros o baratos pero me parece ridículo ir de compras al barrio de la élite londinense y quejarte de los precios. Maja, piénsatelo antes.
Sin embargo, hasta la fecha mis favoritos son los novicios. Llegan con cara de corderito asustado trajinando un cochecito demasiado cargado de cosas "por-si-acaso" y hablando flojito para no despertar al bebé que diez segundos antes han estado paseando entre los coches y patinetes enfurecidos de la calle (aquí por razones obvias no hay motos). Se paran justo al pie de la escalera y miran a su alrededor como quien espera que se le aparezca la virgen. Los más atrevidos se acercan a los primeros zapatos tamaño pitufo que ven y los observan medio embobados medio divertidos. Son un blanco demasiado fácil. "Necesitan ayuda?" "Bueno, sí, Manolito necesita sus primeros zapatos, si nos puede aconsejar sería brilliant (imposible traducir eso)". "Claro, ningún problema. Pero esos que están mirando son para más adelante. Los que necesita ahora son estos de aquí". Al enseñarles la cosa flácida de goma y de forma abultada sus caras se tuercen en una mueca y antes de que puedan siquiera resoplar ya he desenvainado el monólogo informativo reglamentario. Al terminar, la mayoría han caído ya bajo el efecto de las palabras mágicas "protección protegen protector" y demás similares y se dejan conducir dócilmente hacia el primer sillón libre en el que voy a proceder a venderles una cosa fea de goma por cincuenta euros que a los dos meses y medio no va a servirles de nada. Otros más obstinados se agarran a los zapatitos estilo Luis XVII y te increpan "¿Y qué pasa si lleva estos?", a lo que le sigue (en palabras muy bonitas) "Que tu hija saldrá deforme". Fin de la discusión. El marido claudica y la mujer toma las riendas.

Ante todo, siempre se deben vigilar las palabras que se escogen a la hora de hablar con determinados clientes. La gramática es otro detalle que aún a veces me deja tartamudeando. En resumidas cuentas, ellos son "the lady" y "the gentleman", así como "sir" "ma'am", y yo soy "she" y "you". Igualdad cero pero quién algo quiere (dinero) algo le cuesta (resignación). Antes de llegar a semejante conclusión tuve un par de incidentes gramaticales. El primero no lo causé yo pero mi noble alma de Robin Hood lo hizo estallar. Era cuando aún trabajaba en el centro comercial, un enorme complejo de ocio diseñado para extranjeros y garrulos por igual. Solíamos atraer la clientela del Este, esa raza que cuando les quitaron las delicias del capitalismo se llevaron consigo hasta la última letra de la educación occidental. Era el segundo día que esas dos mujeres de voluminosa presencia se aposentaban en el departamento de zapatos pidiendo cajas y retirándonos con ese delicioso gesto de la mano tan propio de las cortes medievales. Dejar cajas a solas con clientes era algo que iba totalmente en contra de las reglas de la tienda, pero a ver quién es la guapa que le discute a un vikingo. Al llegar a la caja, nos marearon a mi compañera y a mí mezlcando zapatos y tomando decisiones de última hora. "Estos al final sí?"- le pregunté a la pobre desconcertada que estaba a mi lado intentando seguir la caprichosa voluntad de las dos mujeres. "She is taking these ones instead" - de echo creo que ni siquiera llegó a terminar la frase; de repente escuchamos su voz enfurecida chillando "SHE?!!!" La miré con cara de "y a ti qué te pasa ahora?", pero de seguida se apuró a gritar el resto con mal contenida arrogancia "The lady! The lady!". Aún con el control de la situación mi compañera se disculpó y corrigió tranquilamente el desafortunado sujeto informal, pero la vikinga no se había quedado contenta. Diría que buscaba pelea pero más bien creo que era una bruja que quería humillar a un par de chiquillas al cargo de una tienda a las nueve de la noche. "Ai esa gramática, no hemos estudiado eh, no hemos estudiado..." Por poco le arranco la yugular. "Excuse me?" Le dije con toda la mala hostia de la que disponía en ese momento. "Podría poner una queja por eso", soltó la descarada. "Mi compañera ya se ha disculpado" le solté de mala manera, pues evidentemente la chica llevaba rato con la cabeza gacha y murmurando un sinfín de sorry's. "Puedo hacer que os despidan por eso". Por alguna extraña razón, evité el conflicto, le solté un enorme puta con la mirada y me fui de la caja dejando al cargo a una veterana. Todo lo que lloré y me indigné aquel día ahora resulta anecdótico pero en su momento fue una gran lección de cómo funciona este mundo.

Seis meses más tarde, en un día como hoy, una de esas tantas americanas todopoderosas me ha estado lanzando con desdén cajas y zapatos de 60 libras durante quince minutos en el mismo suelo en el que estaba agachada atándole los zapatos a su hijo de siete años. Después de marearme arriba y abajo con tallas y modelos, insinuando muy poco delicadamente que soy una inútil, se ha ido con ocho pares de zapatos pidiendo en la caja si le dábamos alguno gratis. Media hora más tarde, una niña de unos diez años me estaba contando como se le habían roto los anteriores zapatos practicando ya el tonillo agudo y arrastrado que se lleva entre la raza de labio arrugado de Chelsea. De poco me ha ido que no le pregunto por qué hablaba así. Suerte que hace un par de meses ya aprendí esa lección al cometer el error de reirme de un niños-señorito de siete años cuando me dijo con el mismo tonillo desganado que Sebastian en Retorno a Brideshead que necesitaba bambas para jugar a criquet. El mocoso me fulminó como quien castiga a un plebeyo por su mera ignorancia. Me lo había buscado. Había confundido el criquet (beisbol) con el croquet (golf). Sus hermanos de uniforme americana+pantalon de pinza me lanzaron sendas miradas de indiferencia. No valía la pena dar explicaciones a una dependienta. 

Sin duda, se tiene que tener mucha paciencia para aguantar diariamente a este zoo.